10 de abril de 2018

PALMA VISTA POR AZORÍN

Por Malleus

Una de las ventajas que tiene eso de leer es que, además de aprender cómo funciona un solenoide, uno se da cuenta de la cantidad de cosas que ignora. Digo esto porque estaba leyendo un librito de la colección “Panorama Balear”, regalo acertadísimo de Lorenzo Miró, y mira tú por dónde me entero de que el mismísimo Azorín nos visitó en 1906, cosa que ignoraba. Llegó en el vapor “Cataluña” y se hospedó en el Grand Hotel, que se había inaugurado tan solo hacía tres años. Como consecuencia de este viaje, el escritor publicó en ABC y en Diario de Barcelona una serie de artículos que reprodujeron algunos diarios mallorquines, entre ellos La Almudaina.

PASEO POR PALMA
Por Azorín

Aún no ha atracado el vapor al muelle cuando saltan de un bote y suben rápidamente por la escalerilla Torrendell, Salvá y Peiró. Bajamos todos al muelle. Aquí está Albareda, vestido de blanco, con su corbata negra, fino y amable; Albareda es el dueño del Gran Hotel. Montamos en el coche y comenzamos a caminar por la ciudad. Veo, al pasar, viejas casas, tiendecillas, un paseo, un teatro, Llegamos ante un edificio nuevo, soberbio; el coche se detiene y bajamos. Entramos en el hotel. No he visto nada igual en España, a no ser el hotel Cristina, de Algeciras. Es un vasto hotel a la inglesa; con un espacioso vestíbulo, enlosado de mármol, con mesitas y mecedoras, alto de techo, limpio, refulgente, Yo creo que estoy en el Grosvenor […]

[…] La ciudad de Palma es una vetusta ciudad; hay en ella callejuelas retorcidas, llenas de silencio profundo, y caserones venerables, con patios centrales vastos, que huelen a humedad, en que no se oye nada ni se ve a nadie y en que un farolón viejo de vidrios blancos pende del techo. Recorremos algunas callejuelas y entramos en algunos zaguanes; se respira en esta Palma venerable un sosiego, una calma sedante, una paz que en un punto apacigua nuestros enardecidos nervios de cortesanos; un extranjero cansado, fatigado de los tráfagos y andanzas mundanales ha de encontrar aquí, en estas callejuelas, en este mar azul y quieto, en estos pinares aromosos, unas horas lentas y sosegadas que vuelven a reconciliarte con la vida. Torrendell y yo caminamos despacio por las limpias, desiertas y calladas callejuelas; ser una capital con todas las comodidades de la existencia moderna y al mismo tiempo ser un pueblo con todas las monotonías, los silencios y las lentitudes de un pueblo; este es el encanto de Palma.

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