Una de las ventajas que tiene eso de leer es que, además de
aprender cómo funciona un solenoide, uno se da cuenta de la cantidad de cosas
que ignora. Digo esto porque estaba leyendo un librito de la colección
“Panorama Balear”, regalo acertadísimo de Lorenzo Miró, y mira tú por dónde me
entero de que el mismísimo Azorín nos visitó en 1906, cosa que ignoraba. Llegó
en el vapor “Cataluña” y se hospedó en el Grand Hotel, que se había inaugurado
tan solo hacía tres años. Como consecuencia de este viaje, el escritor publicó
en ABC y en Diario de Barcelona una serie de artículos que reprodujeron algunos diarios mallorquines, entre ellos La Almudaina.
PASEO POR PALMA
Por Azorín
Aún no ha atracado el vapor al muelle cuando saltan de un
bote y suben rápidamente por la escalerilla Torrendell, Salvá y Peiró. Bajamos
todos al muelle. Aquí está Albareda, vestido de blanco, con su corbata negra,
fino y amable; Albareda es el dueño del Gran Hotel. Montamos en el coche y
comenzamos a caminar por la ciudad. Veo, al pasar, viejas casas, tiendecillas,
un paseo, un teatro, Llegamos ante un edificio nuevo, soberbio; el coche se
detiene y bajamos. Entramos en el hotel. No he visto nada igual en España, a no
ser el hotel Cristina, de Algeciras. Es un vasto hotel a la inglesa; con un
espacioso vestíbulo, enlosado de mármol, con mesitas y mecedoras, alto de
techo, limpio, refulgente, Yo creo que estoy en el Grosvenor […]
[…] La ciudad de Palma es una vetusta ciudad; hay en ella
callejuelas retorcidas, llenas de silencio profundo, y caserones venerables,
con patios centrales vastos, que huelen a humedad, en que no se oye nada ni se
ve a nadie y en que un farolón viejo de vidrios blancos pende del techo.
Recorremos algunas callejuelas y entramos en algunos zaguanes; se respira en
esta Palma venerable un sosiego, una calma sedante, una paz que en un punto
apacigua nuestros enardecidos nervios de cortesanos; un extranjero cansado,
fatigado de los tráfagos y andanzas mundanales ha de encontrar aquí, en estas
callejuelas, en este mar azul y quieto, en estos pinares aromosos, unas horas
lentas y sosegadas que vuelven a reconciliarte con la vida. Torrendell y yo
caminamos despacio por las limpias, desiertas y calladas callejuelas; ser una
capital con todas las comodidades de la existencia moderna y al mismo tiempo
ser un pueblo con todas las monotonías, los silencios y las lentitudes de un
pueblo; este es el encanto de Palma.
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