11 de abril de 2018

Los "siurells"

Por Malleus


Acostumbrados como estamos a quedarnos boquiabiertos ante la majestuosidad de la Seu, la perfección estética de la Lonja, la tranquilidad de las callejuelas de la ciudad antigua o del ingenio de los diseñadores de moda, que son capaces de fabricar un bikini sin usar apenas tela, habíamos olvidado hasta ahora hacer mención de uno de los objetos que mejor nos representan: el “siurell”. Naturalmente hay a quien no le gustan, pero el que esto escribe es un forofo de ellos y tenía una hermosa colección, con muchos de ellos muy antiguos, que perecieron hechos añicos en una de las mudanzas que hice. Ya se sabe que los transportistas no son personas que traten con especial cariño la paquetería. Esperemos que sus parejas reciban de ellos mejor trato.

Aunque parece que en su origen los “siurells” fueron utilizados como silbato por los pastores e incluso como instrumento musical, también sirvieron como juguetes. Ahora son relativamente difíciles de encontrar si no es a precios desorbitantes o en alguna de las “Fires del Fang” (Ferias del Barro), especialmente la que se celebra en Marratxí. Claro, ¿cómo van a quererlos los chicos de hoy si los “siurells” no incluyen una pantalla, no se mueven, no matan marcianos y no tienen nada que ver con el rollo ese de la realidad virtual? Hoy en día si a alguien se le ocurriera regalar un “siurell” a un muchacho, es muy probable que regresara a su casa con un chichón consecuencia de un “siurellazo”. Ahora los chavales solo encuentran la belleza en el electrón, el protón, el neutrón o el botellón. Ellos se lo pierden. Allá por los años 70 del siglo pasado Baltasar Porcel decía:

“Fatal y lógicamente, el mundo del “siurell” tiene poco que ver con la dinámica social de hoy, en la que el niño se encuentra inscrito automáticamente. Han tenido que ser la cultura, el esnobismo, los “souvenirs” turísticos quienes han salvado las inefables figuritas. Yo no puedo ocultar una cierta tristeza al verlas convertidas en piezas de museo, en “bibelots”, en detalles decorativos: toda conservación, mustios ya la vitalidad y el funcionalismo, tiene algo de tumba. En este caso, de insignificante y enternecedora tumba, en la que persiste un fresco y lejano hálito de romería, de juego, de edad dorada”.
 

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