El 7 de septiembre de 1837, es una fecha histórica para la
navegación marítima mallorquina, ya que a primera hora de la mañana de ese día,
procedente de
Londres en una travesía de quince días, habiendo realizado
escalas técnicas en
Falmouth y
Gibraltar, bajo el mando del capitán
Gabriel Medinas, llegaba al puerto palmesano "El Mallorquín", el primer
buque a vapor con matrícula isleña. “El Mallorquín”, que sería conocido
popularmente como
“Es Pagès” por llevar en su proa un mascarón de madera
labrada policromada representando a un payés mallorquín, fue construido
en los astilleros de
“Druffus & Company” , de
Aberdeen, en
Inglaterra. Media 45 metros de eslora y 9 de manga y la altura de la
cubierta de la quilla era de 3 metros. Su casco era de madera, siendo su
parte inferior, la sumergida, de planchas de cobre. El motor impulsaba
una fuerza de 120 caballos haciendo mover dos ruedas de palas
posicionadas una a babor y la otra a estribor. La velocidad máxima que
alcanzaba era de 11 nudos.
Al igual que otros barcos similares de la época “El Mallorquín” seguía
manteniendo su arbolado con su correspondiente velamen, el cual estaba
constituido por dos palos con velas tipo “cuchillo” y un lamprés para
los foques. Las velas era un medio de seguridad por si acaso el motor
sufriera alguna avería. El coste total de nuestro histórico navío fueron
de 8.100 libras esterlinas, importe satisfecho por la entonces recién
creada “Empresa del Paquete de Vapor Mallorquín”, naviera cuyos
principales accionistas eran industriales y del estamento de la nobleza
local. Un mes después de su primera llegada al puerto de Palma, “El
Mallorquín” fue oficialmente puesto en servicio, saliendo de Palma con
destino a Barcelona llevando a bordo 22 pasajeros, cuyos pasajes
costaban 160 reales el de primera clase, 100 el de segunda y 60 el de
tercera. Además, en el primer viaje inaugural transportó también
mercancías variadas y una piara de cerdos de raza mallorquina (porc
negre). El comedor de primera clase era todo lujo, con cubertería de
plata y vajilla de porcelana china. En el año 1859, durante la guerra
entre España y Marruecos, nuestro buque, a igual que otras unidades de
matrícula mallorquina, fueron contratados por el Estado español para
transportar tropas, víveres y pertrechos de guerra. Al año siguiente,
una vez finalizado el compromiso estatal, volvió a su anterior función
hasta que meses después, la naviera “Empresa Mallorquina de Vapores” lo
adquirió para ser posteriormente desguazado.
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Juan Cortada y Sala |
Entre los pasajeros que a lo largo de su cuarto de siglo de navegación
viajaron en él, destacaron Frédéric Chopin y su compañera sentimental,
la escritora francesa Samantine Aurore Lucil Dupin, conocida en el mundo
de las letras como George Sand, quien en su libro “Un Hivern a
Majorque” dedicó unas páginas al barco describiendo su viaje a Mallorca y
su posterior regreso (no tan placentero, debido a la mala mar y a una escandalosa píara de cerdos) con el mismo a Barcelona.
Igualmente otro escritor e historiador,
Juan Cortada y Sala, escribió su
experiencia a bordo del “Mallorquín” en su narración
“Viaje a la Isla
de Mallorca en el estío de 1845.” De esa narración reproduzco las
siguientes líneas dada la belleza y claridad con que su autor expresa su
estancia a bordo del buque y llegada a Palma:
...“Es vapor de cortas dimensiones, de regular marcha, de pocas
comodidades y de camas tan duras que son a propósito para hacer
penitencia. El tiempo estaba calmoso y la mar tranquila, de modo que
había justa razón para esperar un feliz viaje. Comenzó éste como todos
los que se hacen en vapor. Los pasajeros sentados en el alcázar,
reservados primero, accesibles muy pronto y casi amigos al poco rato, La
conversación primera ha sido la que debiera ser la última, a saber, si
yo me mareo, si tú te mareas, si aquél se marea y si todos nos mareamos.
Yo tengo que para mí que esto del mareo no es capaz de explicarlo, no
digo yo, un médico, porque los tales, con su perdón sea dicho, explican
pocas cosas, sino nadie, porque si no es fijo marearse siempre ni
dejarse de marear aun cuando las circunstancias sean iguales. En los
barcos de vela es grande llamativo del mareo el olor de alquitrán de que
está el buque impregnado; mas en los de vapor el alquitrán está suplido
con usura por el maldito hedor del carbón de piedra, de suerte que en
toda clase de buques hay para ese martirio un auxiliar muy eficaz del
movimiento. El tiempo ha sido bueno y con todo apenas había una hora de
salida de Barcelona, cuando varios pasajeros incapaces ya de tenerse en
pie, ha ido a buscar un consuelo al sutil colchón…Vino la noche y con
ella una luna clara, hermosa y de plenilunio.
Me he levantado a pesar de
mi mareo y a las nueve y media he subido a cubierta para mirar la luna
que formaba un río de plata desde la proa del buque hasta el horizonte y
que en la larga y agitada estela que el barco dejaba, confundía su
blanca luz con la fosforescencia de las aguas y con la oscuridad de las
olas que quedaban en sombra... Ha amanecido. El tiempo estaba sereno y
calmoso. A las cuatro hemos llegado delante de la Dragonera, islote
árido, y centinela avanzado de Mallorca. En su más alta cumbre hay una
torrecilla antigua, desde la cual se hace una seña cuando llega el
vapor, señal que transmitiéndose de torcer en torre llega a Palma en
pocos minutos. Viven en esa torrecilla dos hombres, nadie más y nada
más. ¿Qué hacen ahí esos dos hombres?. Anuncian el vapor que pasa una
vez cada ocho días. ¡Digna ocupación para dos seres intelectuales que
tienen un alma inmortal!. ¿Es esa la misión que les ha confiado al
darles la vida?.
El buque, si hay buen tiempo, pasa entre la Dragonera a estribor y a
babor la costa de Mallorca, desnuda por este lado, cortada
perpendicularmente en inmensos torreones, eterna morada de palomas y en
uno de los cuales hay un claro y penetrante eco que responde a las voces
del navegante que al pasar le llama. ¡Quién sabe en cuántos idiomas ha
contestado ese eco, a cuántas gentes a oído…Antes de llegar a Palma
asoman pocos palmos sobre el nivel del agua algunos islotes de viva peña
que el mar poco a poco rompe con aquella perseverancia que los irá
convirtiendo en menuda arena y arrebatándolos entre la reventazón y las
espumas. Dentro de algunos siglos no asomarán la cabeza, y entonces
quizás se estrellará contra ellos alguna nave y perecerán los hombres
que en ella vayan. Palma está en el fondo de una gran ensenada y para entrar en el
puerto se dobla la punta llamada Cala Figuera, que es uno de los dos
cabos que forman ese largo seno. El buque sigue la derrota teniendo a
babor la costa que se hace amena al paso que se aproxima a la capital.
Poco antes de llegar a ésta, está Porto-Pí, pequeña rada que se va
llenando, defendida por dos torreones góticos, sobre uno de los cuales
se ha levantado una obra moderna en que hay el faro.
En ese lugar
desembarcó Don Pedro IV de Aragón llamado el Ceremonioso o "del Punyalet"
cuando en el año 1343 vino a desposeer del reino de Mallorca a Don Jaime
III que perdió corona y vida en la batalla de LLucmajor. Un poco más
adelante y sobre la cumbre descuella el Castillo de Bellver, lugar de
destierro en que gimió el ilustre Jovellanos y que visitaré otro
día… Desde el buque se ve gran parte de la ciudad tendida en terreno algo
desigual y a un extremo de ella en lugar alto se eleva la magnífica
Catedral de color de rosa seca y que de lejos parece dominar la ciudad
toda. Cerca de ese punto descuellan tres palmeras inmediatas a las
ruinas del convento de Santo Domingo, demolido por el vandalismo de la
revolución. Esta vista es muy linda y no se si por prevención con que
uno viene o por qué fantástica idea, me ha parecido que todo eso tenía
un resabio árabe.
A las siete el buque ha echado el ancla y al momento lo ha invadido
un enjambre de hombres y mujeres que para saludar dos minutos antes a
los parientes y amigos, han obstruido la cámara y la cubierta, sin
consideración al mareado viajero que desea pisar el suelo quieto y que
tenía que ganar el terreno a palmos, buscando entre aquella confusión y
muchedumbre el equipaje y el faquín que se lo llevara. Por fin, hemos
saltado a tierra y después del consabido registro a la puerta y de los
consabidísimos reales, nos hemos venido a la Fonda de las Tres Palomas y
alojado en el cuarto número 11...”.
El Puerto de Palma en el siglo XIX era el más importante de la isla en
número de naves, tonelaje y tripulaciones. Al Puerto de Palma le seguían en
importancia los de Alcudia, Andratx, Sóller, Pollença y Porto Colom. La
importancia de Alcudia dependía del vapor que realizaba el servicio de
correo entre Mahón, Alcudia y Barcelona. Para el gran cabotaje también
Palma era el puerto más importante seguido del de Sóller por las
naranjas que se exportaban a los puertos franceses del Mediterráneo. En
cuanto a la navegación de altura, salían vapores desde Palma hacia La
Habana principalmente y hacia las Antillas. Sin embargo, pese a existir
una Sociedad constituida para el transporte con faluchos costeros de
piedras, carbón o cualquier otro tipo de material, el tráfico marítimo
de mercancías de los puertos de Mallorca entre sí, era más bien escaso.